El almanaque

Detrás de mi escritorio hay un almanaque colgado de la pared. No recuerdo como ha llegado hasta aquí. Pero no se crean ustedes que es un calendario cualquiera. No. Éste tiene números, letras y fotos de ciudad en cada mes. Me giro y contemplo la foto de la lámina. Retomo mi posición y cierro los ojos. Observo la calle adoquinada con banderas de plástico en cada ventana. En el centro, una sirena reina en lo alto de una fuente de agua. Sin agua. Ahorrarán supongo. ¿De qué vivirá la sirena? Unos turistas se sacan fotos de espaldas al sol de la tarde. Una pareja baja la calle en bicicleta. Se respira movimiento, vida, felicidad. Yo, en cambio, amarrado a la silla espero por la inspiración para vomitarla en la pantalla del ordenador. De repente siento los pechos de la ninfa en mi espalda. Sus brazos me protegen. Su cabello acaricia mis hombros. Siento su aliento. Me vuelvo para besar su vientre pero retrocede, me abandona, huye; regresa al almanaque. No tengo prisa, me quedan unos días de mayo para gozar de su visita. Fijo la fecha encima de la foto : 1999. Y ya, han pasado dieciséis años.

Por: Benjamín DÍAZ GYGER

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